El derecho del primogénito es un derecho
originario, que en muchos aspectos ha hecho historia y que también ha
influido en las ideas religiosas. Eso en todos los pueblos, incluidos los
orientales y especialmente los semitas, y por tanto también en Israel.
El primer nacido tiene el derecho de
primogenitura. Este principio jurídico u otro similar, que derivaba del
gobierno de los ancianos, es sin duda el punto de partida de todo el derecho
de primogenitura. Por “primer nacido” se entiende aquí el primogénito del
padre de familia. Si en tiempos más antiguos detrás de esa formulación subyacía en la práctica algo así como el derecho del más
fuerte, es un aspecto que en el contexto bíblico no se contempla. El derecho
oriental, y especialmente el semita, coloca simplemente al primogénito (del
padre de familia) al frente de la familia, el clan o la tribu, cuando la
familia, el clan o la tribu, tras la muerte del más anciano de la generación
anterior, tiene que encontrar un nuevo “anciano.”
Como el dominio y soberanía siempre se
consideró un don de la divinidad, también el status de primogénito aparecía
como un don especial de la misma divinidad. El derecho de primogenitura
aseguraba al primer nacido del padre de familia una doble parte en la
herencia; así pues, el primogénito figuraba en el reparto de la herencia
computado como dos hijos, y ello para que el anciano y señor de la familia,
del clan o de la tribu, fuera también el que gracias a las posesiones
disfrutaba de mayor prestigio y poder. En Israel esto lo regulaba, por ejemplo,
Dt 21:17.
Sobre su primogénito pronunciaba el
patriarca una bendición especial antes de morir, que no sólo se refería al
éxito del trabajo y la multiplicación de las posesiones, sino que sobre todo
sancionaba el status dominante del primogénito constituyéndolo señor de sus
hermanos y bendiciendo su dominio; se le deseaba la protección de la
divinidad y la bendición divina para su fuerte brazo, con el fin de que
mantuviera la paz.
Una documentación muy clara sobre este
derecho de primogenitura — en gran parte común a todos los semitas e incluso
a todo el ámbito del Próximo Oriente — nos la proporcionan las historias
bíblicas de Jacob y Esaú. Prescindiendo de su
sentido nacionalista — pues no hay duda de que pretenden fundamentar la
preeminencia de Israel (Jacob) sobre Edom (Esaú) —, esas historias nos permiten conocer el posible
desplazamiento de ese derecho de primogenitura, ya que no sólo el patriarca
podía retirárselo al primer nacido (Gen 49:34), sino que el propio
primogénito, como lo era Esaú, vende su derecho a
Jacob “por un plato de lentejas” (Gen 25:3134). Es decir, que el propio
primogénito podía renunciar a su derecho, sin que para ello necesitase del
consentimiento del patriarca todavía vivo, como refleja la misma historia.
Por otra parte, el renunciante no renunciaba por ello a la gran bendición del
patriarca moribundo sobre el primogénito; bendición a la que Esaú
tampoco renunció al vender su derecho de primogenitura.
De esa posible discrepancia (un
segundogénito obtiene el derecho de primogenitura, mientras que el
primogénito conserva la bendición que como a tal le corresponde) podían
surgir, según las circunstancias, graves tensiones dentro de la comunidad;
hasta el punto de que cabría pensar si el narrador bíblico no tenía
necesariamente que presentar a Jacob arrebatando por sorpresa la bendición
del primogénito después de que Esaú le hubiera
vendido tan a la ligera el derecho de primogenitura. Bien entendido que esto
poco tiene que ver con el sentido de los relatos bíblicos sobre
Jacob y Esaú; pero
posiblemente es un rasgo jurídico y religioso importante el que subyace en
tales narraciones.
El primogénito pertenecía a Dios. Esta
convicción sólo pudo imponerse por la alta estima de que gozaba el
primogénito. Pero, por lo mismo, tampoco podemos concluir que en determinado
momento fuese una costumbre universal el hecho de ofrecer el primogénito
humano a la divinidad como sacrificio de mactación
o de cremación, porque de ser así, nunca el tan estimado primogénito habría
alcanzado el poder y dominio. De ahí que la sustitución del hijo primogénito,
destinado al sacrificio, por un animal sea con toda seguridad un uso
antiquísimo.
Por lo demás, no todas las primogenituras
eran iguales. El derecho de primogenitura era asunto de las “primicias de la
virilidad,” mientras que el primogénito perteneciente a Dios era todo
primogénito varón “que abría el seno materno.” En el ordenamiento social de
tipo poligámico esta distinción era muy importante. Así, es perfectamente
posible que entre los cananeos se ofreciese el aludido rescate por el
“primogénito de la virilidad,” mientras que todo primogénito “que abría el
seno materno” fuera ofrecido en sacrificio. Que ese sacrificio de primicias
fuera siempre el sacrificio de un niño, hay que ponerlo en duda. El deseo de Abraham
de sacrificar a su hijo Isaac ya adolescente podría indicar de todos modos
que ese sacrificio del primogénito humano pudo realizarse más tarde, llegado
el caso.
Como quiera que fuese, en Israel se
practicaba el rescate del primogénito. En las historias abrahámicas
se narra de forma muy dramática tanto el principio básico de que “el
primogénito pertenece a Dios” como su rescate mediante el sacrificio de un
animal (cf. Gen 22:1013)30. Pero, a través de la teología de la historia que
hacen los primeros profetas anónimos y a través de la teología de la historia
del Escrito sacerdotal, apareció un nuevo rasgo en esos aspectos del derecho
de primogenitura.
El propio Israel es el primogénito. El
derecho de primogenitura de Israel tiene un papel importante en muchos
relatos bíblicos, y hace típicamente israelíticos los aspectos generales que
se daban en otros pueblos en relación con la primogenitura. Ya
en el Yahvista — que es como decir en el estrato
tradicional más antiguo del Pentateuco — se encuentra la frase “Israel es mi
hijo primogénito” (Ex 4:22). El narrador pone en boca de Dios ese dicho que
le comunica a Moisés, y que éste deberá repetir ante el faraón. Yahveh ama a ese su hijo Israel como un padre ama a su
primogénito. Por ello el faraón no debe oprimirlo, sino dejarlo libre.
Ahora bien, esa palabra sólo puede
entenderse adecuadamente, si se piensa en Israel como el primer adorador del
Dios Yahveh, que ya ha sido anunciado en los
capítulos precedentes. Así pues, el dicho en cuestión se encuentra todavía en
el marco general de un mundo de concepciones politeístas. Con ello resuena ya
aquí el tema que domina la teología israelita de la historia, sobre todo
cuando más tarde los profetas proclamen a Yahveh
como el Dios único. Más aún, el derecho de primogenitura de Israel en general
se anunciará con tanta mayor nitidez cuanto más claramente se adore a Yahveh como único Dios, pues “Israel” era el
“primogénito” de Yahveh, cuando éste sólo era el
dios tribal de las tribus hebreas de Egipto.
Pero el faraón no deja salir al
primogénito de Yahveh. Y por ello Yahveh golpea — según el derecho de la venganza de sangre
— sobre los primogénitos varones de Egipto, porque el faraón había golpeado
al primogénito de Yahveh.
Tras la liberación de Egipto — así se
prolonga más tarde jurídicamente esta línea de teología de la historia —
serán consagrados al Señor todos los varones de la tribu de Leví como
sacerdotes y levitas. Y todo primogénito macho pertenecerá al Señor: los de
los animales como sacrificio, pero los primogénitos humanos serán rescatados.
“Cuando tu hijo te pregunte mañana diciendo: ¿Qué significa esto?, le dirás:
Con mano fuerte nos sacó Yahveh de Egipto, de la
casa de esclavitud. Como se obstinase el faraón en no dejarnos ir, mató Yahveh a todo primogénito en tierra de Egipto... Por ello
sacrifico yo a Yahveh todo macho que abre el seno
materno, y rescato a todo primogénito de mis hijos” (Ex 13:14 -15).
Pero Israel no debía considerar el
derecho de primogenitura como un verdadero derecho jurídico, sino como un derecho
que le había sido concedido por gracia, pero que no le correspondía si todo
hubiese discurrido según derecho. Ése es el sentido que pueden tener los
relatos de Jacob y Esaú. Son, por así decirlo,
capítulos que invitan a la humildad, que pretenden enseñar cómo Israel en
nada ha podido merecer tal derecho de primogenitura, y que en cierto modo se
convirtió en primogénito porque Yahveh hizo la
vista gorda. Se podría decir que las historias de Jacob y Esaú
contradicen a los capítulos de Egipto; pero no hay duda de que
originariamente todas esas historias no se contaban con la idea de
insertarlas o leerlas en un gran contexto, sino simplemente para presentar
ciertas verdades y enseñanzas.
En el NT el título de primogénito se le
aplica una y otra vez en forma consecuente al Mesías Jesús, y una y otra vez
se demuestra que él era un primogénito. Y como tal es el sacerdote. Él es el
nuevo Israel, como lo es así mismo su comunidad; para sus discípulos es el
primer ofrendado, el primero de los muertos, el primero de los resucitados,
incluyendo a todos los de su especie (cf. Rom 8:23.29; 1Cor 15:20; Col
1:15.18; Heb 1:6; 12:23; Sant 1:18; Ap 14:4).
Fuente: http://www.caminando-con-jesus.org/HISTORIA%20CULTURA/HISTORIA%20DE%20LA%20CULTURA%20DE%20LA%20BIBLIA.htm#ELDIVORCIO